La empresa quilmeña logró importantes transformaciones a partir de la certificación de las normas ISO. Trabajan con clientes de la talla de Volkswagen y el Grupo Techint y defienden la estrategia del ciempiés para hacer frente a los vaivenes de la economía.
Con pequeños pasos y una buena capacidad de adaptación, la PyME familiar Sin Par fue delineando un camino que hoy la tiene como una referente indiscutible del sector metalúrgico bonaerense. No es para menos porque entre sus clientes figuran gigantes como Volkswagen, Aluar Puerto Madryn y Tenaris y Ternium del Grupo Techint. Además, tienen una nómina de 120 empleados y cuentan con oficinas comerciales en Rosario y Córdoba.
Fundada en 1931 por inmigrantes alemanes en lo que actualmente es el centro de Quilmes, la empresa comenzó como proveedora del sistema ferroviario con sus hojas de sierra manuales de carbono para el corte de vías. En los años ‘50 incorporaron la tecnología de tratamiento térmico para producir hojas de sierra de acero rápido, un know how que luego ofrecieron como servicio a otros fabricantes de herramientas de corte. Hacia los ‘70, Sin Par amplió su oferta lanzando al mercado una línea de sierras de cinta sin fin y cuchillas industriales. Pero el verdadero salto de esta PyME se da en la década del 90, en uno de los peores contextos para los productores nacionales. Fue un período en el que decidieron cambiar la cultura del trabajo heredada e invertir en metodologías que pudieran mejorar sus procesos. Por esos años, también entendieron que la importación ofrecía muy buenas posibilidades. Quien le explica al CIDEM los pormenores de esa reconversión es Cristina Arheit, su responsable de Operaciones y Marketing.
La estrategia del ciempiés
Cristina Arheit es ingeniera industrial egresada del Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA) y tiene un posgrado de la Facultad de Siderurgia de la Universidad RWTH de Aachen, Alemania. Desde muy chica tuvo contacto con el mundo metalúrgico cuando iba a visitar la fábrica de su padre Manfredo en Villa Martelli, Herramar.
“Ya desde los 12 años, en las vacaciones de verano de la escuela iba para aprender y conocer, ayudando en tareas que estaban a mi alcance. A los 15 tenía muy claro que quería estudiar ingeniería industrial y dónde. Sabía que la parte administrativa no me gustaba, yo quería estar entre las máquinas”, relata.
Con esa convicción, experiencia y formación, Cristina terminó haciéndose cargo de la dirección de Operaciones y Marketing de Sin Par. En los años de la convertibilidad, su padre Manfredo asume la conducción de la empresa e impulsa una serie de cambios profundos.
“En ese momento, el 80 % de la facturación de la empresa dependía de las hojas de sierra manuales, un commoditie sin evolución tecnológica que se fabrica igual en todo el mundo. Estábamos en plena apertura de las importaciones, sumado a que las empresas hacían dumping. Esa estrategia de las multinacionales fue muy efectiva en América Latina, los fabricantes locales terminaron hundiéndose, pasó mucho en Perú y Colombia, ya casi no quedan en la región”, señala Cristina.
Como detalla, la empresa se supo defender con la Secretaría de Comercio a través de medidas antidumping. “El tema es que cada medida lleva tres años de expediente y ahí te pueden desangrar. Sirvió en lo inmediato, pero claramente una empresa no puede sobrevivir en el largo plazo dependiendo de que la protejan. Nos dimos cuenta que no podíamos estar atados a un commoditie, independientemente de los gobiernos de turno. Siempre en la Argentina vamos del ultraproteccionismo al ultraliberalismo, y en el medio de ese péndulo no todas las industrias logran sobrevivir”, ilustra.
Durante el año 1996, Sin Par buscó diversificar aún más su portfolio de productos con herramientas del mundo del mecanizado, haciéndose cargo de la representación de las marcas del grupo alemán-austríaco LMT Tools.
“En la ciencia de insertos de torneado y fresado los avances tecnológicos son vertiginosos. Son productos únicamente importados, no existe ninguna fábrica de insertos en Argentina porque la inversión para ponerla es muy alta y porque hay que invertir mucho en investigación y desarrollo. En nuestro país tampoco hay infraestructura académica con ese conocimiento, como sí pasa en Alemania, China o Estados Unidos. En los noventa, la industria metalúrgica en Argentina sufrió mucha pérdida del sistema científico”, reflexiona.
Cristina dice que ante la volatilidad política y económica del país, lo mejor es tener una pata importadora. “Ahí aplicamos la estrategia del ciempiés. De alma somos fabricantes nacionales pero complementamos con productos importados que no se consiguen acá y que el mercado también necesita. Con eso te cubrís en épocas donde abren mucho la importación”, apunta, aclarando que en sintonía con esa filosofìa lo mejor es diversificar los rubros, además del metalúrgico trabajar con el siderúrgico, alimenticio, oil & gas, packaging y herramientas para la construcción.
Asimismo, Arheit enfatiza que hay otra ventaja con la importación: el aprendizaje. “Fuimos conociendo esos productos que traíamos de afuera y así desarrollamos una línea de fabricación propia de fresas de metal duro integral. Cuando vimos que el mercado de consumo era suficiente para justificar la inversión en una máquina lo hicimos, pero ya con el terreno ganado”, explica.
Cristina evalúa que muchas veces se cae en la trampa de ver todo blanco o negro. “La industria es gris. Por eso nunca hay que cerrar totalmente la importación ni abrirla alocadamente. Siempre es complejo mantener un sistema productivo competitivo pero también abierto al mundo. Ese es el gran desafío de nuestro país que todavía no encuentra el equilibrio, pero hay que lograrlo porque ese es el modo en el que funcionan los grandes países industriales”, remarca.
Las ventajas de las certificaciones
Cristina fue clave en la implementación de las normas ISO que le dieron una nueva impronta a la empresa tanto en la calidad de sus procesos y productos como en temas de seguridad laboral y sustentabilidad. Como indica, iniciaron esa tarea a mediados de los años 90 al advertir que Sin Par estaba estancada. “No habíamos crecido en infraestructura, no se había invertido en maquinaria, la gente seguía trabajando como en los setenta, no había nada por escrito, las órdenes eran todas verbales. Había que reemplazar toda una cultura del trabajo con los clásicos argumentos: siempre lo hicimos de ese modo, ¿por qué vamos a cambiar?”, ejemplifica.
Así, comenzaron con la ISO 9001 relativa a la gestión de la calidad, que lograron certificar en el año 2000. “Cuando vimos el análisis de causa, los motivos por los cuales algo sale mal, estuvimos trabajando con la gente y surgieron varias cosas. Por ejemplo, algunos se negaban al cambio no porque eran conservadores o conflictivos, sino porque no sabían escribir y les daba vergüenza reconocerlo. Otros se resistían porque tenían problemas en la vista. Fue una oportunidad para entender porqué se cometían algunos errores y tomar medidas para que no vuelvan a suceder”, comparte.
Llegando al 2001, la gerencia entendió que el siguiente paso era el ambiental, por lo que decidieron volcarse a la ISO 14.001, certificándola por primera vez en 2006. “Fue muy claro porque estamos en pleno centro de Quilmes. Los tratamientos térmicos que hacemos usan sales muy higroscópicas que atraen el agua, y al salir de la chimenea y posarse en los metales de los alrededores aceleran su corrosión. Nos dimos cuenta que teníamos que cuidar mucho el impacto porque de lo contrario no íbamos a tener lo que hoy se llama la habilitación social para funcionar”, dice.
Otra prioridad era cuidar a su gente y por eso se embarcaron en lo que en ese momento era la OSHAS 18.001, hoy ISO 45.001, que certificaron en 2010. Pero la certificación con la cual hicieron punta fue la de la norma ISO 50.001, ideada para una gestión eficiente de la energía.
Como detalla Arheit, fueron la primera PyME en el país en conseguirla en 2016 y los resultados que obtuvieron fueron excelentes.
“Nosotros veíamos que ese costo energético subsidiado en Argentina no se iba a poder sostener en el tiempo, tarde o temprano los precios del mundo iban a llegar. Nos planteamos que teníamos que trabajar la parte de consumos energéticos. A las PyMES siempre nos faltan los recursos, entonces estaba claro que no íbamos a empezar con una media inversión de instalar paneles fotovoltaicos en el techo, sino con pequeñas mejoras”, puntualiza.
La representante de Sin Par destaca que es importante abordar estos proyectos desde la convicción de querer cuidar al planeta y a las generaciones futuras, pero sostiene que hay otro argumento todavía más convincente para las PyMES: un ahorro considerable de los costos.
Arheit comenta que en su caso lo que más consumen es el gas. “Nuestros hornos para el tratamiento térmico tenían la llama encendida todo el tiempo y cambiamos por un sistema de encendido electrónico. Hoy la llama se prende solo en el momento que hace falta, y de paso mejoramos la seguridad. Con esta iniciativa, bajamos el consumo de ese proceso enormemente. Son inversiones modestas, que se amortizan en siete meses y muestran resultados rápidos, así la gente se motiva, se generan ahorros y liberás recursos para otros proyectos”, subraya.
Desde 2013 a 2021, Sin Par logró en promedio bajar el consumo de gas en un 22%, y el de energía eléctrica en un 32%. El año pasado, la reducción de esos consumos les representó 1 millón de pesos. También invirtieron en reemplazar toda la iluminación de la fábrica con lámparas led y en capacitación para que su personal pueda adoptar hábitos de ahorro energético en sus hogares y así llevarlos a la planta.
Cristina admite que en su matriz de costos, el energético representa apenas el 3%. Sin embargo es de los pocos en los que una organización puede tener incidencia. “Muchas de mis materias primas que son aceros vienen de afuera, ahí no puedo influir, el precio lo pone el mercado. Los costos salariales son algo externo a la compañía. De los impuestos, lo único que sé es que tienden a subir. Los costos que yo puedo bajar no son muchos, así que si de ese 3% se puede reducir el 20%, dentro de la baja rentabilidad que tienen las PyMES metalúrgicas en nuestro país, se trata de un monto interesante. Hay que ponerlo siempre en perspectiva”, refiere. Ese compromiso con la eficiencia energética le valió a Sin Par un premio internacional Energy Management Leadership Award.
Sobre lo que implica implementar estas normas, Arheit agrega que hay que abrazarlas con convencimiento. “Hay muchos que implementan las normas ISO porque algún proveedor grande se los exige y tienen el certificado en la pared para que no los joroben. Pero el objetivo de estas normas es realmente usarlas para las mejoras continuas. Ahí es donde ves los resultados, cuando lo haces a conciencia se repagan solas. A nosotros nos sirvió como herramienta para cambiar la cultura del trabajo, para bajar costos, reducir el impacto ambiental, los residuos, el consumo de insumos, los accidentes. Con lo cual todos terminan estando más cómodos”, considera.
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