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Roberto Bisang: “La bioeconomía es una gran oportunidad que nuestro país está desaprovechando”

Foto del escritor: CIDEMCIDEM

El economista y consultor accedió a una charla con el CIDEM para explicar las ventajas de este nuevo paradigma productivo basado en la industrialización eficiente y sostenible de los recursos naturales renovables.



Roberto Bisang está convencido que buena parte de los problemas de nuestro país se relacionan con una estructura productiva –construida a lo largo de décadas y por varios gobiernos- que no puede dar respuestas plenas a las demandas de la sociedad. Y que los cambios tecno-productivos en curso –en materia de biotecnología y electrónica- le abren a Argentina una ventana de oportunidad para cambiar esa estructura.


“El país productivo actual es el resultado de distintas capas de inversiones con sus regímenes de promoción y cuidado del mercado interno que tuvo desde sus orígenes la idea que la industria es el motor del desarrollo. Al campo le tocaba, en esa estrategia, el rol de proveedor de alimentos baratos y divisas abundantes. Con un menú de opciones acotado y siguiendo al mundo, Argentina centró sus políticas en el desarrollo industrial. Lo que hizo, técnicamente, fue copiar el modelo fordista, tardíamente y con adaptaciones al mercado local”, asegura este investigador formado en la Universidad Nacional de Rosario y en el Centro de Estudios Macroeconómicos de Argentina (CEMA) con un amplio recorrido en organismos como CEPAL, OMS, FAO y el Banco Mundial.


Bisang enfatiza que en los años 70 localmente íbamos camino a completar la estructura con la industria pesada y achicar –como en varias actividades ocurrió- la brecha productiva con la frontera técnica internacional, pero desde ahí a esta parte el mundo aceleró el cambio tecnológico a una velocidad sorprendente; primero la electrónica japonesa y más recientemente la biotecnología le desplazaron el punto de referencia a la producción local. “Cuando empezamos a encontrar las respuestas, el mundo nos cambió radicalmente las preguntas del examen de ingreso a la competitividad internacional”, metaforiza el experto, agregando que “en algunas actividades la brecha resultó indescontable”.


Su mirada, para cualquiera que esté involucrado en la realidad PyME del Conurbano bonaerense, puede ser provocadora. “En mi opinión, parte del desguace industrial no responde estricta y exclusivamente a las políticas aperturistas, vino porque se corrió la frontera técnica internacional hacia un nuevo modelo que descolocó a buena parte del modelo sustitutivo, particularmente a la metalmecánica, electrónica, textil y calzado. Nuestras políticas y nuestros políticos en su mayoría no previeron estos cambios y se recostaron en la protección del mercado interno como solución. Tampoco las condiciones internacionales, dominadas por el doble mensaje del libre mercado en lo discursivo y el intervencionismo sutil en lo tecnológico y productivo, ayudaron mucho a la readaptación”, comenta sin pelos en la lengua.



En cuanto al panorama internacional, explica que la segunda mitad de la década del setenta es un momento de turbulencias y de cuestionamiento a las nociones de desarrollo dominantes. El fordismo, apalancado en el uso de los combustibles fósiles masivos a bajo costo, los motores a explosión y los materiales inertes provenientes de la ruptura del petróleo, comienza a entrar en crisis. “En el mundo se plantea que el modelo es inviable porque el precio del petróleo empieza a crecer y los problemas ambientales suben al tope en las agendas de la sociedad. El paisaje con menos bosques y más mares de plásticos genera preocupación en vastos sectores sociales. Electrónica, biotecnología, cambios en las formas de organizar la producción y el consumo van jalonando el paso de un modelo de desarrollo a otro y ponen a revisar cuáles son las fuentes de energía, los bienes de capital, las relaciones laborales e incluso el rol de muchas instituciones”, continúa el entrevistado.


Es así que, en ese contexto, en algunos países de desarrollo intermedio se revalorizan las ideas de un pensador rumano, Georgescu Roegen, considerado el padre de la bioeconomía. “Roegen venía de la economía agropecuaria y lo que observaba eran los ciclos de energía propios de la agricultura. Encuentra una definición del proceso económico, la bioeconomía, acorde con la segunda ley de termodinámica de la física: dice que la producción es básicamente la transformación de la energía. Así como el cambio en las formas de la energía, de sólido a líquido o de líquido a gaseoso, genera entropía en el sistema, a nivel productivo pasa algo parecido. La fuente energética radica en el sol que, semillas y procedimientos específicos de por medio, se transforma en una planta que aporta fibra, granos y diversos compuestos como almidones y sacáridos, con múltiples usos. Algunos se valorizan y otros no, pero todos se recirculan a la naturaleza bajo otras formas de energía, siempre que pensemos en escalas temporales humanas”, resume quien hoy también se desempeña como docente y miembro del Comité Académico de la Especialización en Gestión de la Tecnología y la Innovación de UNTREF.


El economista afirma que “esas ideas retornaron al escenario no sólo por las inconsistencias ambientales sino además por el salto tecnológico radicado en la comprensión, manipulación y uso de diversas producciones del ADN de los seres vivos, o sea la moderna biotecnología”.


De acuerdo a Bisang, “la gran novedad es que parte de la revolución técnica en curso pasa por lo biológico, justo el vórtice de nuestra economía, y frente a esas circunstancias no se puede ser neutral porque cambia constantemente la cotidianeidad”.



Para dejar claro el concepto, nos propone trasladarnos a Río Cuarto, Córdoba. “Vos ahí tenés amplitud térmica, no demasiada humedad y saberes sobre cómo cultivar. Dispones de máquinas sofisticadas y semillas de diseño adaptadas a esa zona. Sembrás un grano de maíz y aplicando las mejores técnicas cosechas varios cientos de granos por mazorca y en algunos casos más de una mazorca. La energía solar, los minerales y el ADN de la planta se fotosintetizan, cambian de forma y generan un conjunto de productos. El maíz lo procesas obteniendo burlanda para alimentar animales, alcohol para convertirlo en etanol que reemplaza a la nafta, aceite para alimento humano y gas carbónico para usos industriales. Lo que te queda de la mazorca, el marlo, lo triturás y usándolo como alimento para bacterias en un reactor generás gas metano que, un paso más allá, alimenta generadores de electricidad. Un choclo es una fuente casi inagotable de materia prima y queda el resto de la planta para industrializar”, grafica.


Otro de los ejemplos que da es el de los vacunos. “Un novillo no son dos medias reses para consumo cárnico, además genera huesos, cueros, ácidos biliares y sangre. Procesada ésta última se usa como colorante, alimento y diversas proteínas. El suero, que en otros tiempos era un desperdicio, tiene una conformación química que es muy parecida al PVC y con el que, biotecnología mediante, es base de plásticos degradables”, agrega.


En opinión del especialista, la soja debe tener el mismo abordaje industrialista. “Entiendo las múltiples miradas que la irrupción de este cultivo produjo en nuestro país. Propongo pensar otra: una valiosa materia prima renovable que industrializas parcialmente a nivel local pero con amplias posibilidades adicionales. Del procesamiento de la soja salen pellets o alimento para animales for export así como aceite vegetal, materia prima del biodiesel. Un subproducto de esta transformación es el glicerol del cual deriva la glicerina, base de jabones y pastas dentífricas. Rudolph Diésel desarrolló su célebre motor en base a aceite vegetal, y su colega americano Henry Ford hizo lo propio con etanol de origen vegetal en los motores del icónico Ford T. Poco se menciona que Ford fue un entusiasta propulsor de la soja, llegando a desarrollar un modelo donde los paneles provenían de ese cultivo. Ambos inventores pronto viraron hacia las fuentes no renovables de energía y los materiales inertes no renovables por la contundencia del petróleo barato y abundante y la irrupción de la petroquímica y los plásticos”, precisa.


Casi un siglo más tarde, subraya Bisang, “volvemos a las fuentes ante los límites que impone la sostenibilidad del planeta si todos sus habitantes replican o adoptan este modelo de desarrollo y estilo de vida”.


De allí resurge la idea de la bioeconomía, definida como la captura de energía libre y su eficiente transformación en biomasa que se procesa y consume bajo la forma de alimentos, energía y materiales que luego vuelven a la naturaleza. Y lo que le da un potencial aún mayor es la convergencia de la electrónica con la biotecnología.



“Bajando a la realidad local, ello replantea el modelo de desarrollo industrial. Abre una oportunidad de industrializar lo biológico donde el país tiene favorables condiciones para producir biomasa, ya que ha desarrollado producciones básicas y primeras transformaciones bio-industriales y bio-energéticas, cuenta con capacidades biotecnológicas y enfrenta mercados globales con demandas sostenidas”, señala el investigador.

Según él, se siguen repitiendo los errores del pasado al establecer una dicotomía insalvable entre la industria sustitutiva y la agroindustria. “Por un lado tenés un sector agroindustrial que es muy bueno en la base, técnicamente hablando. Estás en la cima de la producción de semillas genéticas, hay mucho conocimiento en biotecnología y microbiología del suelo. Tenés una industria de transformación, de fotosíntesis, cercana a los estándares mundiales pero las segundas fases industriales están poco o nada desarrolladas. Hay excelentes productores de biomasa y destacados industrializadores de semi-elaborados como pellets, harinas y leche en polvo, pero rezagados oferentes de alimentos terminados, diferenciados y distribuidos a demandas segmentadas. Aun con casilleros vacíos y etapas finales truncas, la agrobioindustria aparece como un potencial motor de desarrollo. A diferencia del pasado, se destaca por su dinamismo tecnológico y su capacidad de generar empleo”, sostiene.


Por otro lado, afirma que el país cuenta con una industria de la salud humana, vegetal y animal de similar cariz y potencial productivo, y que si a ello sumamos otros nuevos sectores como los servicios basados en conocimiento, “comienzan a surgir alternativas al modelo sustitutivo que la sociedad alentó promocionalmente en el pasado”.


En sentido contrario, remarca el experto, las que fueran locomotoras de la industria sustitutiva han ido perdiendo su capacidad de generar empleo, difundir tecnologías y mejorar sus cuentas externas. “Sin haber cerrado las brechas productivas con el exterior quedan confinadas al mercado interno. Con la inercia del pasado siguen siendo los sectores protegidos y amparados por regímenes de promociones. Entretanto, las actividades bioeconómicas, especialmente aquellas vinculadas al campo, los alimentos y las bioenergías se ven afectadas por intervenciones diferenciales que les restan capacidad de acumulación”, sentencia.



Es que para Bisang, así planteado nuestro modelo productivo e industrial no está en condiciones de dar respuestas a las demandas de empleo, calidad de vida y distribución territorial de la actividad económica que parten de la sociedad. “La alternativa pasa por reindustrializar en base a la bioeconomía: es una gran oportunidad para nuestro país que está desaprovechada”, insiste.


Además, apunta que se trata de una alternativa de bases sólidas. “Tenés bases genéticas acumuladas de los últimos 150 años. Eso es invalorable porque toda la modificación posterior viene sobre esa base”, recalca. Asimismo, menciona las 290 agriculturas asentadas sobre microclimas distintos que tenemos para atrapar energía lumínica y convertirla en biomasa, un caso prácticamente único en el mundo. También alude a una fuerte tradición de innovación en las áreas de la biología y de la salud. “Luis Agote inventó la bomba para transfundir en 1912, en el subsuelo del Malbrán purificaron por primera vez la insulina, en los ‘80 una empresa argentina desarrolló una vaca transgénica que generaba leche intensiva en hormonas del crecimiento. Tempranamente en los ‘90, el agro argentino introdujo un novedoso paquete tecnológico y organizacional. Todos ejemplos de plataformas tecnológicas comunes con efecto de derrame sobre el tramado productivo” expone.


El consultor indica que en provincias como Buenos Aires, San Luis, Santa Fe, Entre Ríos, Córdoba, Tucumán y Salta existen avances bioeconómicos relevantes que no siempre son concordantes con los marcos promocionales. Y acota que esas contradicciones se ven muy bien reflejadas en el régimen automotriz que rige en Argentina. “En este momento tenemos un excedente de producción de maíz. Exportamos dos tercios del maíz en grano y se nos pasa por alto que del maíz sale el etanol que reemplaza a la nafta. El problema es que, a diferencia de otros países, acá no se habilita el uso de motores flexibles, que son los que pueden alternar entre los dos tipos de combustible. Aparte somos importadores de naftas y de gas oil”, ilustra.


Finalmente, Bisang argumenta que la consolidación de un modelo de este tipo necesita de "un Estado estratega que construya y ensamble la transición hacia una nueva estructura productiva, que además de sostenible y competitiva de respuesta a los nuevos requerimientos de la sociedad”.




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