En el mes en el que se recuerda la figura del tecnólogo Jorge Alberto Sábato, referentes de este campo disciplinar reflexionan sobre su legado y opinan de los avances y los desafíos que se le presentan a la actividad actualmente.
El 4 de junio de 1924 nació en Rojas, Provincia de Buenos Aires, Jorge Alberto Sábato, profesor de física, tecnólogo, metalúrgico y periodista pionero en pensar la transferencia de tecnología en Argentina. Por su natalicio se celebra en todo nuestro territorio el Día de la Vinculación Tecnológica.
Sus ideas sobre el desarrollo formuladas en las décadas del ‘60 y ‘70 fueron de avanzada y aún tienen una enorme vigencia. Sábato, quien se desenvolvió durante años como gerente de tecnología de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), concebía que el progreso de la nación solo sería posible mediante la articulación sostenida entre tres actores: el Estado, el sistema de ciencia y tecnología y el sector productivo. Cada uno de ellos representaba, para él, los vértices de un triángulo virtuoso. Sus preocupaciones también estuvieron enfocadas en cómo alcanzar, en países periféricos como el nuestro, la soberanía tecnológica.
En medio de esta celebración, el CIDEM reunió a algunos reconocidos vinculadores de universidades bonaerenses que destacaron las contribuciones de Sábato y hablaron de cómo ven esta práctica en el presente.
"Para muchos de nosotros las ideas de Sábato fueron rectoras, aquellas que nos acompañaron en la institucionalización de esto que conocemos como vinculación y transferencia de tecnología”, asegura Darío Codner, Director del Observatorio m-Health de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQUI).
Codner no duda en señalar la actualidad del pensamiento de Sábato. “Él decía que para poder lograr la autonomía tecnológica teníamos que ser capaces de acceder a las tecnologías importadas pudiendo abrirlas. Sábato estaba anticipando la importancia del aprendizaje tecnológico. Esto que hoy se revela como una estrategia central en las corrientes de la economía de la innovación fue lo que permitió, por ejemplo, que países como Corea pasaran de ser países del tercer mundo a ser países industrializados”, describe.
Otro de los elementos que rescata Codner es la idea que tenía de la tecnología como mercancía. “Para él la tecnología era parte de un mecanismo más del capitalismo, y pensaba que para hablar de autonomía primero había que comprender eso. Hoy sostengo lo mismo, que hay que entender a la tecnología como una mercancía y que lo que tenemos que hacer es producirla y no consumirla exclusivamente”, agrega.
Pero para abrir las tecnologías y convertirlas en mercancías, apunta Codner, se necesitan los espacios que puedan estudiarlas y producirlas. Como indica, en la época de Sábato el Estado argentino todavía se pensaba como un Estado de Bienestar con grandísimas empresas públicas como Gas del Estado, Luz y Fuerza, YPF y Yacimientos Carboníferos Fiscales, cada una de las cuales contaba con áreas de I + D. “Para Sábato esos laboratorios eran las fábricas de tecnología. Después en los noventa vino la ola neoliberal que arrasó con las empresas públicas. Mi planteo es que los grupos de investigación y desarrollo que están en las universidades, centros tecnológicos o en el CONICET son actualmente esos laboratorios de I + D. Ya no tienen el tamaño de una empresa pública, sino que están dispersos en todo un conglomerado de instituciones”, ilustra.
También para Gabriela Trupia, Subsecretaria de Vinculación Tecnológica y Transferencia en UTN Facultad Regional Delta, Sábato marcó un camino pero en el que aún falta mucho recorrido por hacer. “Creo que nos dejó una profunda reflexión sobre la política tecnológica que sigue siendo un pendiente. Es cierto que la ciencia encontró un lugar, un espacio institucional en el Ministerio de Ciencia y Tecnología, pero las políticas tecnológicas con esta soberanía, con esta mirada de que hubiera determinados organismos científicos que fueran fábricas de tecnología para resolver los problemas sociales y ahora también ambientales, siguen faltando”, opina.
Por su parte, el director del Centro de Innovación y Desarrollo de Empresas y Organizaciones (CIDEM) y de la Especialización en Gestión de la Tecnología y la Innovación (GTec) de UNTREF, Tomás Jellinek, argumenta que la obra de Sábato y Botana suele reducirse a la idea del triángulo y esto de alguna manera la desluce.
"El triángulo es una idea, una visualización, y está muy bien, pero su fuerza explicativa y su capacidad orientadora son bajas. Es atractivo, es inspirador pero está más cerca de una estética que de un programa político. Lo que más me atrae de Sábato y Botana es justamente la noción política que proponen del desarrollo y la concepción de la ciencia y la tecnología como herramientas del desarrollo social. Esto me parece central, y de esto se derivan una serie de consecuencias políticas e institucionales relevantes”, polemiza el representante de UNTREF.
Para Jellinek, otro aporte valioso de su legado es la visión que sostiene que, si bien estamos atrasados, no perdimos el tren del desarrollo científico y tecnológico ya que, por su propia dinámica, éste permite que nos subamos en el camino. "Ellos tuvieron el coraje de decir: “esta brecha existe, podemos saldarla y debemos hacerlo”, continúa.
Más allá de cierta “romantización” que se ha producido a partir de la figura del triángulo, Jellinek reivindica el carácter político del pensamiento de Sábato y Botana y, con ello, su señalamiento de que este campo de actividad no debe dejarse solo librado al mercado.
Su colega Diana Suárez, investigadora del Instituto de Industria de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS) e integrante del Directorio de la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires (CIC), propone a su vez abordar el triángulo en una nueva clave.
“La dinámica virtuosa de este triángulo va por el lado de sumar la demanda. Me parece que el desafío hoy es no entenderlo como una secuencia lineal de pasos o como tres elementos que tienen que relacionarse sino que hay que pensar la producción de conocimiento vinculado desde sus orígenes. Hay que transversalizar la vinculación, tenemos que concebir el proceso de investigación en articulación con la demanda en todos sus niveles. Esto no implica desconocer la importancia de la ciencia básica, todas las ciencias son igualmente necesarias para el desarrollo. Pero la vinculación exitosa solo es posible si la concebimos desde el origen, no buscando ajustar nuestros resultados a la demanda después”, se explaya.
Algunos avances de este campo disciplinar
Los referentes de UNTREF, UTN, UNQUI y UNGS coinciden en que desde los tiempos de Sábato a esta parte hubo una evolución innegable de la actividad, sobre todo a partir de la reglamentación en 1992 de la Ley 23.877 que estableció la creación de Unidades de Vinculación Tecnológica (UVT) y habilitó a universidades, centros tecnológicos y organizaciones del tercer sector a ser intermediaros en la promoción de la actividad innovativa
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Con la consagración de esta normativa, prácticamente todas las casas de altos estudios crearon sus oficinas dedicadas al tema, aunque posteriormente su desempeño fuera muy variable.
A propósito, Jellinek señala que esa creciente institucionalización de la actividad no es menor y que la heterogeneidad de estas oficinas responde básicamente a tres factores. “El primero es el tipo de institución que las alberga. No es lo mismo una unidad de vinculación tecnológica alojada en una universidad tradicional de una gran ciudad del país con su entramado productivo y mucha tradición en vinculación y transferencia que una UVT privada montada en una ONG del Noroeste Argentino; no hacen lo mismo ni tienen por qué hacerlo. Otro factor es el territorio que atienden, las demandas puntuales que ese territorio les plantea. Y finalmente está el tipo de recursos con los que cuentan, entre ellos el propio liderazgo. Me da la impresión de que las unidades de vinculación son muy sensibles a la formación, capacidades e intereses de la persona o el grupo de personas que las conducen”, arriesga.
Asimismo, Jellinek remarca que otro logro fue la profesionalización de esta práctica a través de los llamados GTEC (carreras de posgrado en Gestión de la Tecnología y la Innovación). “Más allá de lo desparejos que han sido y siguen siendo los pocos GTEC que quedan en pie, hay una concepción de que este campo de práctica profesional debe tener gente formada específicamente en esto y con nivel de especialización. Creo que eso es un avance fundamental y no quita en lo más mínimo que sea una formación que tengamos que revisar con valentía. Tenemos que estar siempre atentos a evolucionar la currícula”, comparte.
Trupia suma que hoy hay otras herramientas y actores: “Tenemos nuevos instrumentos que surgieron en estos últimos tres años para generar proyectos entre las empresas y el sector académico, científico y tecnológico con un apalancamiento muy fuerte del Estado, proyectos de escala. Y aparte del Estado nacional empiezo a notar y a celebrar que estén cada vez más involucrados los Estados municipales y provinciales. Creo fundamentalmente que la vinculación tecnológica es una acción que requiere del territorio y que puede generar mucho desarrollo local y regional”
Suárez también reconoce el lugar que tiene actualmente la vinculación en la agenda de la política pública. “Eso nos pone a quienes nos dedicamos a la vinculación en un espacio de diálogo que hace 10 o 15 años no teníamos con la intensidad que se ve ahora. Me parece que hay mucho debate público y académico respecto del rol de los tecnólogos y vinculadores, y que comienza a consolidarse una figura que está enfocada en conectar la producción de conocimiento, las necesidades, la demanda y las empresas”.
Desafíos actuales
Aunque es cierto que la vinculación tecnológica creció en términos de agentes y de espacios institucionales, para los expertos consultados todavía existen serios escollos a superar.
Codner es categórico. Según él, un buen indicador es que de las casi setenta universidades de gestión pública que hay en Argentina tan solo 15 hacen verdaderamente vinculación, y a pesar de las capacidades de las que disponemos, se hace difícil despegar. “El negocio de Argentina hoy se basa en la producción primaria y paradójicamente tenemos algunas áreas que podrían explotar de manera fenomenal. La industria nuclear la manejan solo 15 países en el mundo, y nosotros tenemos el dominio tecnológico para eso. Tenemos el INVAP que tiene una lógica que le permite hacer cosas interesantes vinculadas a la industria nuclear y satelital pero no pega el salto, no genera la cantidad de empleo que debería generar. Hace falta hablar de política industrial y política tecnológica. Como no hay una política industrial, la política tecnológica pierde sentido”, ilustra.
Además, Codner remarca que en nuestro país hay un complejo industrial que es poco demandante de conocimiento. “El industrial medio de Argentina entiende que innovar es comprar un artefacto tecnológico para incorporarlo al lay out de la compañía y nada más. ¿Qué pasa que los industriales no se hacen las preguntas que les permitiría encontrar en el sistema científico y tecnológico algunas respuestas? No es solamente un problema de aquellos que ofertan y tratan de hacer tecnología sino que el usuario en realidad no existe. Eso en un punto es una dificultad, pero también representa una oportunidad. Tenemos que crear esa demanda y para eso hay que tener una estrategia diferente a la que se tiene”, considera.
En ese sentido, Suárez advierte que es necesario aceitar los canales de comunicación entre las universidades y el entorno socio productivo. “Ahí tenemos un gran reto y es que la ciencia se ubica y tiene que ubicarse necesariamente en la frontera porque así se define el método científico, nos movemos a partir del conocimiento que ya existe y tratamos de avanzar. Ahora bien, tenemos una estructura productiva que, por definición de país en desarrollo, se sitúa por debajo de la frontera. No es que tenemos que hacer investigación de menor grado de avance tecnológico para ajustarse a la demanda, sino que tenemos que ver cómo, con los principales avances tecnológicos, resolvemos problemas del subdesarrollo, cómo la industria 4.0 puede venir a mejorar la productividad de una PyME aun cuando esa empresa no haya implementado siquiera computadoras, por ponerlo de un modo caricaturesco”, puntualiza.
Por otro lado, Trupia enfatiza que es necesaria una mayor interacción entre las mismas universidades. “Como tenemos mucha inserción territorial, a veces nos aislamos en nuestros propios territorios. Tenemos que compartir las buenas prácticas y también los problemas que enfrentamos para resolverlos en conjunto. Así vamos a dejar de ser redundantes en lo que hacemos y vamos a evitar la visión de que solo estamos compitiendo para desarrollar proyectos en I + D”, evalúa.
Al mismo tiempo sugiere que es fundamental ayudar a nuestros investigadores a que tomen la senda de la vinculación. “Siempre digo que me gustaría que el módulo de transferencia esté pensado, en particular en los proyectos de investigación aplicada, desde la misma formulación del proyecto. Es decir, qué se imaginan los investigadores que puede pasar con ese proyecto para que nosotros que hacemos vinculación ya estemos atentos y trabajando para que esa transferencia realmente ocurra. Necesitamos impulsar más proyectos de investigación y desarrollo que generen soluciones tecnológicas que puedan llegar al mercado y a la sociedad de una manera práctica y ágil”, completa.
De acuerdo a Jellinek, las mayores dificultades residen precisamente en el sistema de incentivos. “En el ámbito científico y tecnológico toda la configuración del sistema de incentivos está orientada para que quien es docente de clases e investigue y quien es investigador publique papers. Su carrera y su desarrollo profesional están guiados por eso. Recibe más bienes, más recursos y más reconocimiento en ese recorrido. ¿Cuál es el incentivo para dedicarse a desarrollos y servicios tecnológicos y de transferencia? Hoy en día casi ninguno, porque tal vez se pueda conseguir con mucha dificultad algún dinero extra pero no dan ningún prestigio”, sentencia.
Como explica, un buen sistema de incentivos podría convertir a los propios docentes e investigadores en vinculadores, potenciando así la actividad. “El principal desafío atrás de esto, que es cultural y es ideológico, es que tenemos que perderle el miedo a los negocios tecnológicos. Tenemos que promover que las personas que trabajan en el sistema científico y tecnológico desarrollen ideas de negocios basados en la transferencia de tecnología, que esto les convenga en todo sentido: en el económico, social, profesional e institucional”, concluye.
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